¿CÓMO HA DE DESARROLLAR SU TRABAJO UN PROFESOR CRISTIANO?
Reflexiones sobre la Carta Pastoral «Me enseñarás el camino de la vida. Desafíos contemporáneos de la Educación» (Obispos vascos).
Quisiera compartir en estas pocas líneas, la reflexión particular extraída tras la lectura pausada de la carta pastoral de los obispos vascos “ME ENSEÑARÁS EL CAMINO DE LA VIDA” sobre la educación, el papel del docente y el de las familias en la tarea educativa. No pretende ser un resumen del contenido de dicha carta pastoral; solamente quiere ser un momento de reflexión personal sobre dicho documento.
1.- La primera reflexión creo que tendría que ser que nuestra labor cotidiana como docentes cristianos debe ser vista esencialmente como un servicio y un hecho salvífico, como un momento oportuno donde la gracia de Dios se revela, se manifiesta en lo que hacemos, la descubrimos en las sorpresas con que nos encontramos en nuestro trabajo, en la tarea educativa-evangelizadora de todos los días.
2.- La segunda reflexión es que nuestra actitud como formadores debe enmarcarse en una educación que siga el estilo de Jesús, es decir, una acción educativa que fomente el cuidado del ser y de la naturaleza; una verdadera educación liberadora que libre al alumno de las opresiones personales y sociales que lo esclavizan o lo limitan; una educación que es promesa de un ser mejor, de una nueva sociedad donde primen otros valores distintos a los actuales. Este “estilo de Jesús” requiere una pedagogía del saber acompañar y el uso de las distintas mediaciones (humanas y espirituales) para lograr ese fin.
3.- La tercera es que Jesús maestro nos enseña una pedagogía novedosa, la del encuentro de la verdadera dignificación humana. Nos sugiere una pedagogía del diálogo, de las relaciones profundas, lo que nos pide son actitudes y hechos; nos pide enfrentar los conflictos sin herir, desarrollar la “empatía” del saber sentir y estar con el que sufre. En esta pedagogía los valores de la libertad, gratuidad, solidaridad, alegría, paciencia y audacia no son meras declaraciones, sino partes integrantes del currículo educativo tanto explícito como el oculto; el que se vive en el ambiente que forja el día a día.
4.- La cuarta es constatar que el problema educativo es tan serio y tan grave, que no podemos darnos el lujo de prescindir de nadie. Todos somos necesarios para resolverlo. Pero deben ser los educadores, padres y profesores, los protagonistas de los cambios educativos necesarios. Para asumir el protagonismo que les corresponde, los educadores deben transformar profundamente el papel que desempeñan. Ya no pueden verse a sí mismos como meros trasmisores de conocimientos e impartidores de clases, ni como cuidadores de niños y jóvenes mientras sus padres trabajan. Deben verse como trasmisores de virtudes y de valores, además de contenidos en las diferentes materias.
5.- La quinta, constatar que necesitamos, en definitiva, MAESTROS en el sentido literal de la palabra latina, magistri al estilo de Jesús ; hombres y mujeres que encarnen estilos de vida, ideales, modos de realización humana. Personas orgullosas y felices de ser maestros, que asumen su profesión como una tarea humanizadora, vivificante, como un proceso de desinstalación y de ruptura con las prácticas rutinarias. Maestros cristianos comprometidos con revitalizar la sociedad, empeñados en superar mediante la educación la actual crisis de civilización, capaces de reflexionar y de aprender permanentemente de su hacer pedagógico, y que sean responsables con los resultados de su trabajo.
6.- En definitiva, maestros que se conciben como educadores de humanidad, no ya de una materia, sino de un proyecto, de unos valores, de una forma de ser y de sentir. Ser maestro, educador, profesor es algo más importante que enseñar matemáticas, biología, o inglés. Educar es alumbrar personas autónomas, libres y solidarias que puedan mirar la realidad sin miedo. La labor del educador no es sólo profesión, también misión. Implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma. Exige no sólo ocupación, sino vocación. El educador cristiano está dispuesto no sólo a dar su tiempo, sino a darse a sí mismo.